Por Ubaldo de Casanova Todolí.
¿Alguien podría imaginarse un mundo sin chocolate? ¿Hubiéramos sido capaces de sospechar que en sus inicios el chocolate era una bebida que se servía fría, espesa y con abundante espuma, que era amarga y picante y que preferentemente la consumían los pueblos de la América tropical? Resulta difícil pensar que en un principio las cosas fueron así. Después de cuatro siglos de consumo más o menos generalizado, el chocolate, sobre todo el sólido, se ha convertido en el sabor preferido del mundo occidental y en un ingrediente imprescindible para la elaboración de todo tipo de pasteles.
Jamás Cristóbal Colón o el soldado Benzo, de servicio en Méjico, que dijo del chocolate que era más apropiado para tirar a los cerdos que para ser consumido por los hombres, pudieron imaginarse que, sobre la base del cacao, siglos más tarde no solamente se elaborarían los más exquisitos bombones sino que, además, se iba a convertir en uno de los ingrediente esenciales en la condimentación de platos tan apetitosos como el conejo en Cataluña, la perdiz en Navarra y el lomo de cerdo en Castilla.
A pesar de que como todos podemos imaginar interviene en la composición de diversos platos de la cocina mejicana -su lugar de origen-, el chocolate sobre todo destaca en la tradición gastronómica de Cataluña, donde existe la mayor abundancia de recetas culinarias a base de este ingrediente. Aunque en este lugar del Mediterráneo no se puede encontrar una tradición chocolatera excepcional, no obstante debemos dejar constancia de que este hecho fundamentalmente tuvo su origen en el contacto que desde él se mantuvo a lo largo del siglo XIX con los países de Ultramar. La simbiosis que se produjo fue tal que en la cocina catalana se encuentra la más curiosa aportación del chocolate como ingrediente para cocinar, quizá porque en Cataluña ha sido tradicional la mezcla agridulce y la incorporación de la especiería en la cocina.
El fenómeno originado por el chocolate dentro del contexto de la cultura occidental ha sido un hecho espectacular difícilmente comparable con ningún otro. Para que seamos conscientes de ello basta tener presente que en estos momentos forma parte de la alimentación habitual, de la dieta cotidiana, sin que sea un producto que se reserve exclusivamente para la celebración de las grandes ocasiones. No olvidemos que el cacao soluble instantáneo disuelto en leche es el primer alimento de la mañana de la mayor parte de nuestra población infantil, ¡y no infantil!
EL CHOCOLATE EN LA AMERICA TROPICAL
Aunque fue Cristóbal Colón, junto con sus hombres, el primer europeo que probó esta bebida en 1502, no obstante, éste, que no deja de ser un dato particularmente curioso y del que conviene dejar constancia, no fue más allá de la mera anécdota.
Si analizamos las cosas tal y como eran en aquellos momentos, en realidad nos damos cuenta de que el chocolate que se consumía en aquellas latitudes no tenía nada que ver con el que conocemos en la actualidad. Aquélla era una bebida amarga y picante, principalmente porque estaba elaborada con pimienta picante, guindilla, almizcle y harina de maíz, por lo que no es de extrañar que a aquellos primeros hombres este brebaje les pareciese francamente malo.
Sin embargo -todo hay que decirlo-, esta bebida era para los pueblos indígenas que habitaban la zona central de América no solamente muy apreciada por su propio sabor sino que además también era un alimento de alto valor energético y muy tonificante, que a los campesinos les permitía soportar las duras condiciones en las que desarrollaban su vida diaria y a los guerreros combatir la fatiga de penosas jornadas con la sola ingestión de las calorías suplementarias que proporcionaba. Y todo ello sin olvidar que a esta bebida además se le atribuyeron propiedades afrodisíacas, por lo que los indígenas la consumían antes de visitar a sus esposas. Lo mismo hizo la célebre amante madame Du Barry con cuantos hombres compartieron su lecho.
Para las gentes del continente americano, las vainas de la fruta del cacao -similares a un pequeño balón de rugby- además de ser un alimento al que se le añadían propiedades afrodisíacas eran moneda de cambio (todavía es habitual ese refrán que dice las cuentas claras y el chocolate espeso, que tiene sus orígenes en esta época).
Originario del área tropical, fue explotado con éxito por los mayas en el siglo VII, aunque fueron los aztecas los que varios cientos de años más tarde consumieron chocolate en abundancia con especial delectación. No hay que olvidar que era la bebida preferida de Moctezuma, el último emperador azteca, el cual se rodeaba de cincuenta jarras de buen tchocolatl en el transcurso de sus comidas, mientras su corte consumía más dos mil jarras de cacao espumoso en cada una de estas ocasiones.
Para comprender la importancia que para Moctezuma tuvo esta bebida y la sofisticación que durante su reinado había alcanzado en su Corte, hay que tener presente que mientras la comida se servía en vajilla de cerámica roja y negra, el chocolate se escanciaba en vasos de oro. Incluso, hay quien ha llegado a afirmar que estos vasos se utilizaban una sola vez y que luego se tiraban, lo que en parte debió de ser así porque el cacao fue considerado como el alimento de los dioses precolombinos, fruto de un árbol que para asegurar su plantación debía ser regado con sangre.
SU CONSUMO ENTRE LOS COLONIZADORES
Si bien fue Cristóbal Colón quien transportó a España los primeros granos de cacao, no obstante cabe apuntar que en aquellos momentos fue un producto que se despreció porque nadie supo cómo utilizarlo. Fue Hernán Cortés, cuando en 1522 lo recibió de manos de Moctezuma, quien descubrió el valor real que tenía para aquellas gentes, al advertir que disponiendo de él podía adquirir oro -el metal más apetecido por los conquistadores españoles-, por lo que hizo que Moctezuma le regalase la plantación real de Manialtepec.
La introducción de esta bebida entre las nuevas costumbres de los colonizadores españoles se produjo casi de forma inmediata. Su consumo pasó a ser tan popular que las damas de la nobleza se la hicieron servir por sus criadas durante las ceremonias religiosas, que por entonces solían ser muy largas. Esta costumbre alcanzó tales extremos que el obispo de Chiapas se vio obligado a intervenir decretando la excomunión contra quienes lo consumieran en el interior del templo durante los oficios religiosos. La reacción de las damas no se hizo esperar: dejaron de asistir a la misa que se celebraba en la catedral, desplazándose a las iglesias de los conventos, donde la costumbre era tolerada. Cuando el obispo prohibió su consumo también en estos lugares las damas dejaron de asistir al templo en señal de protesta. Sea como fuere, el caso es que el obispo murió súbitamente y se dijo que había sido envenenado con una taza de chocolate.
La introducción de esta bebida entre las costumbres de la época fue posible ya en el mismo siglo XVI, cuando se evitó su amargor y se diluyó de tal forma que adquirió un tono más líquido y además se comenzó a servir caliente. El paso de gigante que esta serie de innovaciones comportó facilitó su consumo y propició su expansión por la América colonial, posibilitando que en 1585 llegase a Europa el primer cargamento de cacao.
Debe quedar constancia que la idea de endulzarlo mezclándolo con azúcar, miel, especias y, sobre todo, con vainilla y canela fue brillante porque facilitó su ingestión, dejando expedito su consumo en España. Según cuentan las crónicas, fueron las monjas del convento de la actual ciudad mejicana de Oaxaca las primeras que tuvieron la feliz idea de mezclar con el cacao el azúcar procedente del Viejo Mundo.
Como no podía ser de otra manera, las órdenes monásticas fueron las que más contribuyeron a la propagación de su consumo. Ni que decir tiene que desde sus inicios los conventos se dedicaron a elaborar chocolate y hasta la actualidad se ha considerado tradicional su fabricación por parte de los canónigos. Hay que recordar las delicias que, por ejemplo, se elaboran en la Trapa.
SU IMPORTACION A EUROPA
Para los siglos iniciales de su consumo en el Viejo Continente es preciso tener en consideración que en países como España y Francia el chocolate fue un artículo de lujo, casi exclusivo de la Corte y la aristocracia, a diferencia de aquellos otros países donde la riqueza estaba más asociada al comercio que a la nobleza, como sucedía en Inglaterra, donde desde un principio el chocolate fue un producto vendido entre las gentes del pueblo.
La introducción del chocolate en Italia fue obra del florentino Francesco Carletti y data del año 1606. La fabricación y difusión que llevó a cabo de este producto hizo que con el paso del tiempo los italianos se convirtieran en expertos maestros chocolateros, destacando a finales del siglo XVIII la ciudad de Turín, que por entonces lo exportaba a Austria, Suiza, Alemania y Francia, país este último donde el chocolate italiano era muy apreciado por su finura. Parece ser que los bombones son una gloria turinesa y que una calidad de chocolate muy apreciada por Napoleón procedía de Bolonia.
Por su parte, en Francia, que desde muy pronto compitió en su forma de hacer con España, se introdujo en 1615 a raíz del matrimonio de la infanta española Ana de Austria con Luis XIII, hija de Felipe III, rey de España. La Corte francesa se encaprichó de esta bebida e, incluso, el hermano del tan temido cardenal Richelieu, el cardenal de Lyon, la bebió para luchar contra la ira y el mal humor. Por su parte, el propio Richelieu, así como su sucesor, el cardenal Mazarino, fueron grandes entusiastas de esta bebida, lo que contribuyó de forma decisiva a expandir su fama por el resto de los países de Europa. Mazarino gustó tanto de su consumo que dispuso de su propio chocolatero, traído expresamente de Italia, porque, en su opinión, era el lugar donde se elaboraba el chocolate más refinado en aquellos momentos.
El matrimonio de Luis XIV con María Teresa de Austria, hija de Felipe IV, en 1661, supuso un nuevo impulso en la introducción del chocolate en Francia. Una vez más era una infanta española la que se convertía en reina de Francia, y de la que se decía que tenía dos pasiones: el rey y el chocolate.
La acogida que recibió en Francia fue tal que ya en el mismo siglo XVII existieron dos formas para su degustación: la manera española, que daba como resultado un chocolate espeso, en el que se mojaban pan y pasteles, y la francesa, que se hacía con agua y del que se obtenía un chocolate batido y espumoso que se bebía rápidamente.
También fue a mediados del siglo XVII cuando se introdujo en Inglaterra, abriéndose la primera casa de chocolate en 1654. En la actualidad es otro de los países europeos donde se le rinde exquisito culto.
La rápida expansión de este producto hizo que en el siglo XVIII Amsterdam se convirtiese en el centro receptor de cacao más importante de Europa, después de España. En la actualidad, cerca del 20 por ciento del cacao en grano mundial pasa a través de esta ciudad holandesa. De Amsterdam pasó a Alemania y a los países escandinavos, aunque en Alemania en un principio se introdujo como un medicamente tónico en el que posteriormente se descubrieron delicias gustativas. El primero que conocieron los alemanes fue el que se preparaba directamente de los granos tostados, que al ser molidos producían una pasta espesa y grasienta.
A partir de principios del siglo XVIII se convirtió en la bebida nacional por excelencia de Austria, país al que llegó gracias a los matrimonios de las infantas españolas con la realeza austríaca. De este país, de donde se pueden destacar los excelsos chocolates de Viena, pasó a centroeuropa, adquiriendo carta de naturaleza en Suiza.
LA TABLETA DE CHOCOLATE
La mecanización de la industria del cacao se podría situar en 1778, cuando en Francia se inventó una máquina para moler, mezclar y prensar la pasta. Se tiene constancia de que en torno a 1780 en Barcelona se fabricó por primera vez chocolate mecánicamente, mientras que en 1819 se construyó la primera fábrica de vapor en París. También en este siglo se consiguió solidificar el chocolate para llegar después a la tableta, lo que se consiguió en 1820, fecha en la que Inglaterra produjo la tableta de Fry & Son.
La evolución experimentada por la industria del chocolate vino dada en el siglo XIX de la mano del químico holandés Coenraad van Houten al conseguir eliminar el exceso de grasa del cacao y (a través de la alcalinización) obtener un producto más fácilmente soluble. La contribución de este investigador facilitó la ampliación de su uso como condimento, por lo que convirtió el chocolate en el desayuno tradicional de una gran parte de Europa y, sobre todo, de España.
En nuestro país se le hizo acompañar de bizcochos y picatostes, pero, sobre todo, de pan frito. Luego, el chocolate con churros se popularizó a lo largo del siglo XIX, tomándolo sobre todo a la hora del desayuno. Los churros son el acompañante indiscutible del chocolate en Madrid, mientras que en Barcelona tradicionalmente lo ha sido más el bizcocho. En esta última ciudad, Can Cullaretes es un restaurante que data de 1786, habiendo sido inicialmente una chocolatería. Fue en ella donde se introdujo la utilización de la cucharilla de metal, por lo que de ahí procede su nombre. Pero la chocolatería más antigua que existe en España, que data del año 1700, es Can Joan de S’Aigo, y se encuentra en Palma de Mallorca, en los aledaños de la iglesia de Santa Eulalia, donde se sirve un chocolate que no tiene igual, valiendo la pena hacerlo acompañar de unas ensaimadas de lo más exquisitas que también se sirven en dicho establecimiento.
La manteca de cacao -por su suavidad- supuso una ventaja para la fabricación de chocolate en sólido. La contribución de Suiza a este progreso es tan destacable que finalmente se ha convertido en el país que mayores avances ha realizado a la hora de proceder a su fabricación. Procedente de Austria, el chocolate llegó a Suiza de la mano del burgomaestre de Zurich, Henry Hascher, quien jamás debió imaginar la importancia que llegaría a adquirir dentro del conjunto de la economía nacional.
El despegue definitivo de este país como potencia chocolatera lo debemos situar en el año 1875, momento en el que el fabricante suizo Daniel Peter, casado con la hija de Henri Nestlé, descubre el chocolate con leche (mezcla de chocolate amargo, molido, manteca de cacao, azúcar y leche). Al fusionarse con Henri Nestlé y con la empresa de François-Louis Caller -fundador en 1819 de la primera fábrica suiza de chocolate en la proximidades de Vevey- se lanzó a la fabricación del primer chocolate con leche, mientras Lindt, por su parte, ofrecía un producto homogéneo, suave y que se derretía en la boca.
Había nacido la industria chocolatera prácticamente tal y como en la actualidad la conocemos. Al éxito del chocolate con leche se le unió el del chocolate relleno, metiéndole toda clase de frutas y de frutos secos, cremas, licores, esencias, jaleas, etc.
La primera chocolatina rellena que apareció en el mercado fue en 1870 y se le dio el nombre de Fry’s Chocolate Cream. Estas maneras de hacer chocolate, así como las de la repostería casera, parten de los ingredientes básicos, que son chocolate amargo, con leche y blanco. No debemos olvidar que en realidad el chocolate es una mezcla de pasta de cacao, cacao tostado descascarillado o polvo de cacao y manteca de cacao y azúcar; que según las variedades que se desee obtener se le añade leche, derivados lácteos, avellanas, almendras, arroz tostado, etc. y que la fabricación consiste en elaborar la mezcla y refinarla por tratamientos sucesivos para lograr una homogeneización perfecta.
EL CHOCOLATE BEBIDO, TODO UN RITUAL
Ya a las puertas del siglo XXI podemos considerar que pasó la época en la que el chocolate se hacía en la intimidad del hogar, en el que para hacerlo se exigía un ritual y se respetaba un rito al servirse. La ceremonia de tomar chocolate -era el chocolate bebido- requería toda una técnica, en ocasiones compleja.
Era, primero, disponer de una pastilla, que podía deshacerse en agua o en leche, según el gusto de cada cual, pero que se podía deshacer de tres formas diferentes: al fuego, colocando el chocolate en un cacillo de fondo amplio, a fuego lento y removiendo constantemente; al horno, donde una vez apagado se coloca el recipiente con el chocolate, y al vapor o baño María, donde se coloca la cazuela que contiene el chocolate una vez que el agua está caliente.
La chocolatera, el recipiente donde se realizaban estas operaciones, era preferiblemente de cobre, latón o hierro, por este orden, aunque haya quien prefiriese la loza. Era un recipiente de altura media, con un mango que salía más bien por la parte superior, en lo que podríamos considerar la parte del cuello, cubierto con una tapadera que contenía un agujero en el centro, de donde salía el mango del molinillo, que era precisamente el encargado de dar fluidez al líquido y sacarle la espuma deseada después de hacerlo girar de un lado a otro con las palmas de las manos.
En la actualidad, además del chocolate bebido se han popularizado el cacao soluble instantáneo (uno de los desayunos preferidos de los más jóvenes), el chocolate con leche, el chocolate blanco (compuesto a base de manteca de cacao, azúcar y leche), el chocolate relleno (que es una capa de chocolate con interiores de confitería, tales como praliné, fondant y trufa), el chocolate con adiciones (hecho a base de chocolates con leche o chocolate blanco con adición de frutos o frutas secas), la confitería de chocolate (con interiores clásicos de la confitería tales como trufas, praliné, crocanti, etc.) y las coberturas de chocolate (que es chocolate con leche o chocolate blanco destinados a la confección industrial de galletas, helados, etc.).
Ese liso brillo que se puede encontrar en la superficie de una pastilla, que varía de los tonos aterciopelados y claros del chocolate con leche a los oscuros y brillantes del fondant y que en la boca tiene que deshacerse de una manera uniforme, sin grumos ni asperezas arenosas, con el objeto de poder apreciar lo mejor posible su gusto aterciopelado, procede de un árbol que en la actualidad se ha extendido desde la América tropical hasta el continente africano, con la Costa de Marfil, Ghana, Nigeria y Camerún, todos ellos en torno al golfo de Guinea, como los mayores países exportadores del mundo, seguidos de Brasil y Ecuador.
Sigue siendo, como siempre, un gran negocio. No conviene olvidar que el binomio flores-chocolate es el regalo perfecto y que una caja de bombones, especialmente de una buena marca, es señal de estilo y generosidad y que simplemente una chocolatina puede hacer feliz a cualquier un niño.
Como se anotó al principio, el chocolate se ha convertido en el sabor favorito del mundo occidental, hasta el extremo de que a él se refieren las mismas reglas de urbanidad. Cuando se recibe como regalo una caja de bombones hay que abrirla en presencia de la persona que ha hecho el obsequio y ofrecer su contenido a los presentes.
TARTA SACHER
Pero lo más curioso es que también, además, ha sido objeto de una guerra: la guerra de los siete años dulces. Fue protagonista la tarta más famosa de todas las que han existido a lo largo de nuestra historia con el chocolate como ingrediente. La Sachertorte o tarta Sacher, obra cumbre de la repostería vienesa del chocolate. Postre de chocolate y confitura de albaricoque, parece ser que fue inventado por el cocinero del príncipe de Metternich, Franz Sacher, en 1832, quien posteriormente abrió un hotel en Viena, junto a la Opera, que se hizo famoso por ofrecer esta tarta.
La pastelería más famosa de la ciudad, Demel, vendía otra Sachertorte, con una sola capa de mermelada de albaricoque que colocaba justo debajo de la de chocolate de cobertura. La de Franz Sacher tenía situada la mermelada en el centro del pastel.
Demel exigió que se reconociera la autenticidad de su tarta, por lo que, finalmente, con el objeto de dilucidar quién había sido el autor de la auténtica receta se acudió a los tribunales, alargándose el litigio durante siete años. El pleito fue conocido por el de la guerra de los siete años dulces. Si bien el Hotel Sacher ganó el pleito y su receta fue considerada como la genuina, la pastelería Demel continuó insistiendo hasta que consiguió que la suya fuera considerada como la original. El Hotel Sacher todavía continúa existiendo. Está en la Philharmonikestrasse, número 4 de Viena. También subsiste la pastelería Demel, en Kohlmarkt, número 14, ambas ofreciendo sus recetas Sacher.
LA INDUSTRIA DEL CHOCOLATE EN CASTILLA Y LEON
Desde muy temprano Castilla y León ha contado con fabricantes de chocolate, pudiéndose contabilizar en estos momentos un total de trece industrias en toda la Comunidad Autónoma dedicadas a ello. León, con Astorga a la cabeza, ha sido la provincia que históricamente ha destacado en su elaboración. Así pues, mientras que en León capital en 1752 había dos fabricantes de chocolate, en Astorga había ocho, sin olvidar que durante el siglo pasado se llegaron a contabilizar en esta localidad hasta cuarenta marcas de chocolate y mantecadas, todas ellas de producción artesanal, con una elaboración de cincuenta a sesenta pastillas diarias. Y es por esta razón por la que desde siempre hay que acudir a Astorga cuando en León se habla del saber de los chocolateros.
Razones sobradas hay para que en torno al chocolate haya nacido un museo en esta ciudad, donde se pueden encontrar diversos objetos que representan con fidelidad la historia de este producto traído de América. En él se pueden admirar desde las herramientas y distintas piezas que se utilizaban en su fabricación a una completa colección de etiquetas y carteles.
LA MONA EN CATALUÑA
Una modalidad muy original de hacer con chocolate procede de Cataluña y se refiere al especial significado que el huevo de Pascua, símbolo de la Pascua de la Resurrección en toda Europa, tiene en la Pascua europea.
En Cataluña existe un pastel pascual, denominado mona, que tradicionalmente los padrinos ofrecen a sus ahijados el Domingo de Resurrección. La palabra mona podría provenir del vocablo árabe monus, que significa don u obsequio. Las monas parece ser que surgieron de las mujeres de las masías catalanas en el siglo XVI, al enriquecer la masa de pan que ellas elaboraban con miel, huevo, aceite, hierbas, etc. -lo que son las célebres cocas-, que en Pascua adquirían diversas formas y donde se colocaban huevos cocidos, que se sujetaban con una cruz hecha de la misma masa, para que, en la cocción, no saltasen.
Con el tiempo, los pasteleros han visto la posibilidad de la comercialización del huevo pascual, que primero hicieron en mazapán, luego en crocante y en azúcar cande y, finalmente, en chocolate. Posteriormente, en concreto después de la primera guerra mundial, el industrial barcelonés Francisco Oliva descubrió en París moldes de hojalata para hacer huevos de cobertura, los cuales compró y los ofreció a los pasteleros catalanes. Esta innovación ha contado con una acogida extraordinaria y en las fiestas de Pascua se ofrece con creciente éxito, incrementándose su venta hasta el día de hoy. Ni que decir tiene que con los años se ha ido estimulando el ingenio de los pasteleros que frabrican las monas, las cuales se realizan en todos los tamaños y se decoran con los más diversos materiales, representando lo más variados motivos.
Los campeonatos de monas que se realizan entre los pasteleros catalanes son dignos de admiración.
La evolución que ha experimentado el consumo del chocolate desde sus orígenes a la actualidad ha sido espectacular. Las cosas han cambiado de tal forma que hoy en día existe un refrán, impensable hace unos siglos, que dice
chocolate frío, échalo al río
con el que fácilmente se advierte cómo han cambiado las cosas desde que en Europa se descubrió el concumo del chocolate bebido hasta el momento presente.
Hoy en día ya no se concibe ingerir chocolate picante, amargo y frío, tan corriente entre los antiguos aztecas. Tampoco es tan habitual, como hasta no hace mucho tiempo, el consumo de chocolate bebido, al que poco a poco le gana la partida el chocolate sólido, en forma de tableta o de bombón. Las chocolateras, las jícaras, no solamente no son comunes en los hogares, sino que, además, son totalmente desconocidas por las nuevas generaciones. Ya no tiene demasiado sentido aquel refrán que decía
ni chocolate que no tiña ni tela que se destiña
refiriéndose a las paredes de la jícara, que al vaciarse debían estar recubiertas de restos de chocolate.
Seguramente, en estos momentos resulta anecdótico advertir que en 1864 había en la ciudad de Méjico un total de 111 bizcocherías y chocolaterías. Como también lo es recordar que Napoleón y Hitler fueron grandes adictos al chocolate y que Voltaire consumía doce tazas de chocolate diarias desde las cinco de la mañana hasta las tres de la tarde.
Es una lástima que ese rito, que esa tradición se haya perdido, posiblemente para siempre. Sin embargo, resulta agradable advertir que en algún rincón del mundo alguien sea capaz de rendir un homenaje tan lleno de sensibilidad y tan entrañable como el que ha inspirado a la Chocolate News, una revista que se edita en Estados Unidos y que se imprime en papel con aroma a chocolate. Evidentemente, todavía está de la mano de cuantos sean capaces de darse cuenta que, a pesar de todo,
el chocolate excelente
para que cause placer
cuatro cosas debe ser:
espeso, dulce, caliente
y de manos de mujer.
Ubaldo de Casanova Todolí